martes, 20 de septiembre de 2011

"El Paquete", cuento de Mario Buchbinder

"El Paquete"

Las intermitentes luminosidades generadas por los fuegos artificiales, le impiden tener una percepción precisa acerca de las características de ese paquete. El banco de plaza es reparador, a pesar de la distancia entre los listones de madera. Estar sentado en un parque, claro que era Central Park, en pleno New York, le resulta extraño. Habían pasado años desde que los bancos de plaza dejaron de cobijarlo en esa costumbre adolescente, de habitar de noche o de día, sólo o con amigos, con novias ocasionales o estables, las plazas o parques de Buenos Aires.
Tres semanas habían pasado rápida e intensamente. Podía recordar muchas anécdotas y ninguna. Todo le resultaba sorprendente y nada le llamaba la atención.
Había aprendido mucho acerca de la empresa durante su estadía y seguramente esto implicaría un ascenso. También iba a producir envidia entre sus antiguos compañeros, admiración entre los pibes que recién entraban a la empresa. También disfrutó de alguna que otra rubia de New York, rubia soñada, Peggy... alguna prostituta, pero también soportó la amenaza de negros en patota.
Tiene ganas de volver a su indeseable rutina de soltero, de su vida en Buenos Aires. Comprende que nada puede perturbarlo.
¿Era un hombre tranquilo o hastiado? Una pregunta que comenzó a planteársele, un interrogante persistente, una duda que no sabía si tenía interés en resolver.
La tarde, la anteúltima en Estados Unidos, lo había agotado. Caminó y caminó tanto, como no lo había hecho en las semanas anteriores.
Su curiosidad parecía adormecida. Con ese adormecimiento recorría las calles, las ciudades, el mundo. Lo transitaba, lo vivía desde un sueño, como si considerase que los acontecimientos, las irregularidades, los hechos geográficos e históricos no tuvieran importancia. Transitaba ausente, el destino decidiría, quizás lo inexorable, la inexorabilidad de los hechos.
La curiosidad era suplantada por una eficiencia para resolver los problemas cotidianos y laborales. Posiblemente a esto debía su éxito, su ascenso incuestionado.
Tiene desconfianza hacia su curiosidad, pero a veces ésta lo vencía. Quizá fuera un remedio contra el hastío.
No puede dejar de interesarse por ese paquete ubicado a ras del piso, pegado a la cara interna de una de las patas del banco. No había nadie, aparentemente, interesado en él.
Le impacta la imagen del payaso caminando en el atardecer, seguro en dirección a algún espectáculo, dialogando con palabras y con gesticulaciones de payaso, saltos, flexiones del tronco, movimiento enfático o irónico, con la mujer del mateo que se cruza entre él y el payaso y la imagen recortada y perdida del payaso por el caballo y luego por el carro y luego la imagen distendida, blanda siguiendo al carro, imagen suave en oposición a ese NY intenso, tenso, hiperdinámico, expansivo, musculoso, nervioso.
Ese NY de la Broadway Av. con las oleadas de negros, blancos, amarillos, turcos con vestimentas variadas tratando de desafiar en vano la protrusión, la violación que al paisaje producen los edificios de 60 o más pisos, que rompen con las iglesias, con las casas de hace uno o dos siglos.
NY es invasión, es ruptura, es violencia. Es claro que también es paz, como en esa tarde de domingo, de Central Park, con la gente tomando el último sol de fin del verano, de comienzo del otoño, o caminado por la Quinta Avenida entre esa feria de libros, gente cantando canciones judías, jazz, un violinista tocando un vals vienés acompañado por la orquesta del grabador, con su sombrero de paja y su rostro romántico, tocando y casi bailando, trayendo a la 5ª la Viena de preguerra, la de 1900, la de Klimt ...
Pero por suerte el regreso es inminente.
Se da cuenta que por más desinteresado que estuviera no podría desconectarse de lo intenso de la ciudad.
La luna parecía pedir permiso para asomarse a la vista de los transeúntes, quizás se asomara tímidamente ante la energía que emana de esa masa humana protegida o aprisionada por la cantidad de edificios que suben y bajan, formando miles de figuras geométricas, que recortan el cielo con las escaleras contra incendio de los edificios centenarios. Quizás no es tímidamente.
Los que nos movemos por las calles, somos algo así como gusanos, que apenas podemos mirar el cielo recortado. Proporción de ángulo visual esquilmado. Horizonte perdido.
¿Donde encontrar horizonte?
Quizás en un helicóptero o en un mirador de un piso 90. Pero ahora está solo, pegado a ese paquete, algo le dice que no es basura, que no es una bomba, que parecen ser dólares. Mira hacia los costados. La pareja que estaba sentada enfrente ya se había ido. Trata de divisar entre los árboles. La visibilidad no es buena. La oscuridad parece levantarse del piso, de los marrones y los verdes y una bruma nocturna invade lentamente el parque.
En pocos minutos la noche se apoderaría de la luz.
Toma el paquete, se quita el saco, lo envuelve y comienza a caminar hacia la salida. Siente pasos, mira para atrás y no ve a nadie. Toma un taxi en la 58 para ir al hotel.
La encargada le sonríe de la misma manera que siempre al darle la llave. La deja sobre el televisor. Traba la puerta, coloca el paquete sobre la cama y trata de desatar el hilo. Los brotes están enredados. Toma el cortaplumas y lo corta. Los billetes se desparraman sobre la funda. Instintivamente mira hacia la ventana, luego hacia la cama una y otra vez. Intenta contarlos pero la excitación se lo impide. Puedo notar que son billetes de cien. Agarra una bolsa de polietileno blanca y los mete todos adentro pensando que eso lo iba a tranquilizar. Quizás fuera simplemente sacarlos de su mirada. Deposita la bolsa en el piso al lado de la mesita de luz y se acuesta. Es mucho dinero. Qué iba a hacer con todo eso, qué se iba a comprar ¿Necesitaba algo? ¿A quién pertenecía?
Le queda todo el día siguiente en NY antes de tomar el avión de las 22 para Bs. As.
¿No es peligroso estar con tanto dinero encima? ¿Quién estará detrás de éste?
Se acuesta sobre el cubrecama, con la mirada puesta en los agujeros de las placas que conformaban el cielo raso. Poco a poco se va adormeciendo con las manos colocadas bajo su cabeza. Los ruidos de la calle son muy tenues. Al despertarse por la mañana mira la bolsa como para reafirmar su realidad, que nadie se la había sacado.
Tiene que ir a buscar el desayuno al bar de al lado. Se preguntó si dejar la bolsa en la habitación o llevarla consigo. Dejarla en una de polietileno le parecía bien, pero teme que la mucama viéndola en el piso la tire o la revise y encuentre los dólares.
- Está claro que sólo en Bs. As. me voy a sentir seguro, lejos de esta ciudad.
Tiene dinero suficiente como para cambiar el pasaje y adelantar algunas horas la vuelta. Con tomar diez o quince billetes... Pero lo mejor es no tocarlos, podían estar numerados, ser de algún asalto, algún rescate.
Pide los diarios de los últimos días. Recorre las noticias policiales. Le resulta difícil descartar rubros, dado que a medida que los lee le sugieren posibilidades. Robos, asesinatos, suicidios (falsos suicidios). Drogas. Quizás lo que pudiera descartar fueran accidentes de tránsito. Quién sabe porqué... Se queda pensando... Es un absurdo pero igual habría que cubrir las posibilidades. Lo que aparece como un accidente puede haber sido un asesinato, por ejemplo de la mafia, por un rescate no pagado, un chantaje, o simplemente alguien que tuvo que retirar dinero y que se accidentó y no pudo retirarlo. En ese caso puede estar muerto o en coma o simplemente imposibilitado, o posibilitado y haber llegado más tarde al lugar y el paquete ya no estar. Claro, con tal cantidad de dólares. Nadie deja un paquete así como así ni a cualquiera. Debe haber peces gordos metidos en el asunto, peces gordos que por ahí no entran en los policiales sino en los sociales si es que se nombran. De todas maneras es difícil que me puedan ubicar a mí como el que se guardó los dólares si es que no los uso en nada y por supuesto que no los voy a usar por un tiempo. No sé en qué podría usarlos, en éste momento no los necesito para nada. ¿Para qué me los llevé entonces?
¡Varios atropellados hubo en el Bronx, otro en Greenwich, otro en la 52 y la 6 a las 6 PM. ! Fue llevado en grave estado al San Vincent Hospital. Este puede ser. Podría acercarme y llegar hasta la habitación con algún pretexto. Pero puede ser peligroso. Podría aunque sea averiguar el nombre. ¿Para qué? Por ahí no tiene nada que ver. Pero también puede formar parte de alguna banda, debe estar vigilado por si alguien quiere rematarlo. Mejor no me acerco. NY es una ciudad impensable, con miles de acechanzas, no se sabe por dónde puede venir el peligro.
Toma el attaché y trata de introducir el dinero. Lo pone en pilas. Lo abre y cierra varias veces. Le gusta el aspecto que tiene, como en varias películas policiales que había visto.
Tras la entrega de las drogas entrega el portafolios donde estaban los dólares. Dio una mirada para ver si eran falsos pero no los contó. Cerró el portafolios y se fueron todos rápidamente del lugar en previsión de que llegue la policía. Efectivamente a los pocos minutos y desde distintas direcciones llegan varios patrulleros haciendo sonar la sirena, pero en el galpón ya no quedaba nadie. Sólo rastros de neumáticos de coches. Se preocupan en tomar la impresión pues pueden ser carros robados o alquilados. El protagonista llega luego a la habitación del hotel. Coloca el portafolios sobre la mesa lo abre y decide dividirlo en dos partes. Una seguirá con él y la otra la llevará la mujer en vuelos distintos hacia América del Sur, Río de Janeiro donde se retirará de las actividades. Transitando un pasillo del Metro, mezclado entre la gente se dio cuenta que lo seguían, aceleró la marcha, corrió, pero cuando estaba por llegar al andén desierto los dos lo estaban esperando. Se le acerca uno y con un silenciador le dispara. Sintió el impacto en el centro del tórax. Está por caer, pero desde atrás alguien lo agarra, todo comienza a nublarse y a dar vueltas. Lo depositan en el piso abrió los ojos sabe que es el final, y ve a su mujer con un bolso al lado de su rival, con una sonrisa entre triste y cargada de mucho odio. Quiso decirle algo. Adiós, no te guardo rencor, sabía que así iba a terminar, ese era mi destino, abrió la boca pero sólo alcanza a largar las últimas bocanadas de aire y expira.
La mujer pierde su sonrisa mira a un costado y a otro, quiere abalanzarse sobre el cuerpo muerto aún caliente de quién fue su compañero durante muchos años, pero sabía que estaba a prueba, sabía que no se lo perdonarían jamás y que perdería muchos puntos en la admiración ganada. Dio un paso vacilante, se quedó un instante observando, instante que parece interminable, vuelve a sonreír, con odio y dice: "Te lo tenías merecido por traidor", lo escupe y se va. La última imagen es ella caminando sola con su bolso y el portafolio con el dinero, y la figura achicándose hasta que entra en el metro. The End.
Mira la hora, 7:30 de la mañana, ya debe estar abierto el bar, cierra el attaché. No me tengo que desprender del dinero. Es hora de ir a desayunar. No hay mucha gente en el bar.
Luego sale a caminar por la Broadway. No sabe qué es mejor, si quedarse encerrado en el hotel o caminar. Pero no puede quedarse encerrado. Necesita despedirse de esas calles incluso de los compañeros de trabajo con los que había compartido ese tiempo de trabajo y aprendizaje. Pero parecía tan lejano. Siente que tras el paquete encontrado empieza a vivir otra vida, otras vidas.
Trata de orientarse para llegar a la oficina. Saluda cortésmente, invita a varios a visitarlo en Bs. As. Algunos le dicen hasta pronto con ese castellano de cuatro palabras para turistas. Buena suerte... Trata de quedarse más tiempo en la oficina, pero ya los otros se habían sumergido en el trabajo. Mira los cuerpos comprometidos con papeles, máquinas, con otros, y lentamente se va yendo. El saludo había terminado. Las horas pasan lentamente con su attaché a cuestas. Varias veces realiza maniobras para ver si lo siguen pero comprueba que no es así.
La tranquilidad aumenta como él suponía.
Primero en el avión, luego en Ezeiza, y por último cuando saca las llaves de su departamento.
Lo abre. La luz del sol lo encandila por un instante, cierra la puerta pone la traba, siente un crac y luego nada más.
Una mancha caliente aumenta de tamaño en la nuca mientras una mano enguantada toma el attaché, corre el pasador y parsimoniosamente, cierra la puerta.
Los pasos se pierden en el silencio del corredor.

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